No llegué a conocer a mi abuelo, como tampoco mis hijos conocerán, o el mayor difícilmente recordará, a mi padre. Sin pretenderlo, o al menos conscientemente, los tres tenemos un hilo conductor: la escritura.
Mi abuelo era agricultor, poeta, cronista y viajero. Tenía una clara vocación literaria aunque su oficio fuese otro. En 1925 publicó el poemario Flores de mi musa y en los siguientes años, hasta 1930, escribió para diversos periódicos regionales como La Verdad de Murcia, El Noticiero Universal de Alcoy, La Semana de Novelda o Guadalquivir de Andújar, sus crónicas viaje por Europa, así como sus cuentos sobre la huerta murciana y unos pocos poemas. Cuando era adolescente mi padre me ofreció editar el libro póstumo del abuelo, para lo cual me dio una vieja Moleskine de la que fui transcribiendo todas las historias y aventuras de aquellos viajes en la Europa de los años veinte. Ahora que vuelvo a coger el libro con ganas de volver a leerlo, descubro la dedicatoria de mi padre en su primera página: “Para mi querida hija Laura, Coeditora de este libro de su abuelo, con la esperanza de que continue con éxito su trayectoria. Un beso, Papá. 10 de abril de 2013”.
A propósito de esta newsletter, vuelvo a abrir el libro que mi padre, periodista de cuna, publicó en 1970, “El hombre que entrevistó a Dios”. Otra dedicatoria me da la bienvenida. “Laura, mi amor, a la edad que hoy cumples publiqué yo esta novelita, pequeño pecado de juventud. Te veo más fuerte y más sabia que yo a tu edad. Sé que vas a triunfar y te ayudaré en lo que me pidas, no lo dudes. Feliz primer cuarto de siglo. Cómete la vida y disfrútala. Besos mil. Papá”. No sé si influenciados por él, pero en mi familia tenemos la costumbre de dedicar los libros cuando los regalamos. Es un ritual que se convierte en un bonito recuerdo. Según escribo, alcanzo de mi librería el ejemplar de Roberto Bolaño “Los sinsabores del verdadero policía”, que le regalé y recuperé tras su muerte. No me sorprende encontrar esta dedicatoria: “Otro más del Universo Bolaño. Que lo disfrutes. ¡Feliz Navidad! Te quiere, Laura. PD: Este libro lo compré en el Ateneo, esa librería que a los dos nos gusta tanto”.
Mi padre era incapaz de expresar con palabras lo que sentía. Sin embargo, con la pluma profundizaba en su cariño y le bastaban dos líneas para decir lo más bonito, animar, enternecer o incluso disculparse a su manera. Por ello teníamos una relación muy epistolar. Nos enviábamos emails aunque estuviésemos en habitaciones contiguas: muchas veces con sus correcciones a mis artículos, otras con artículos que consideraba podían resultarme interesantes, y cuando me encontraba de viaje, prescindíamos de la última tecnología para seguir a través de cadenas de emails contándole mis aventuras y él diciéndome lo que se alegraba y lo mucho que me quería sin caer en pomposidades. De hecho, esa fue una de sus primeras lecciones cuando empecé a escribir artículos: “No te pongas cursi y no escribas cosas que no aporten nada. Sé más directa”. Ha sido uno de los mejores escritores que he leído. Aunque tuvo una gran carrera como periodista, estoy convencida que hubiese sido un grandísimo escritor. De su libro “16 personales palmo a palmo”, que recoge entrevistas publicadas en el diario ABC, aprendí muchísimo. Todo lo que sé de esta profesión, se lo debo a él.
Hace unos meses, entre los trastos que aún quedan nuestros en casa de mis padres, mi madre encontró una antigua carpeta con recortes y recuerdos míos que cualquiera echando un vistazo, lo tiraría directo a la basura, pero que para mí tiene un valor inmenso, y mi madre tiene esa sensibilidad para saberlo. Apareció una novelita inacabada que escribí cuando tenía 15 o 16 años en el viejo ordenador común que usábamos por turnos y que creí perdida en algún viejo disquete. Recordaba haberlo escrito pero había olvidado la esencia de aquella Laura adolescente a la que tanto le gustaba escribir. Muchos años después, recibí con mucha sorpresa e incredulidad el interés por que escribiese un libro de la editorial La Esfera de los Libros. “¿Por qué yo?”, me pregunté por mucho tiempo. Escribí bajo la presión de que fuese un buen libro, siempre bajo el mismo pensamiento: “¿no habrá periodistas que puedan escribir esto mucho mejor que yo?”. Me lo sigo cuestionando, pero me alegra ver que el libro está gustando mucho y está funcionando muy bien.
Mi padre me animó a que lo hiciese. No llegó a verlo publicado, por lo que no pude dedicarle un ejemplar a pluma, para que unos años más tarde, al abrirlo, se alegrase de ver esas palabras todavía más valiosas con el paso del tiempo. Sí que pudo leer la última versión previa a su impresión en la que dice: “A mi padre, mi gran maestro”. Le pedí que me guardase el secreto de esa dedicatoria compartida con mi madre, mis hermanos, mi marido y mi primer hijo. Fue una pequeña sorpresa que les guardé para el día que me acompañaron a la impresión de la primera edición del libro, acompañados por mi editor Félix Gil.
Siguiendo ese hilo conductor de tres generaciones, mi padre heredó parte de esa huerta de limones, y nosotros una pequeñita parte que intentamos mantener con el mismo mimo que le profesó él. Mi padre y yo editamos el libro de mi abuelo “Testigo de Europa. Un murciano en la Europa de entreguerras”. Mi padre editó el mío, “Metiendo Codos”, y ahora, gracias a la inconmensurable ayuda de su amigo y gran periodista Ignacio Fontes, publicaremos dos libros póstumos de mi padre con una recopilación de artículos de su extensa carrera periodística: “El Sol en la Espalda” y “A la Sombra del Jacarandá”.
Estas líneas ya las escribo con un niño de tres años a un lado y con un bebé reclamándome, por lo que puede que pierda cierto sentido. Pienso en los niños y esta inmensa responsabilidad de educarles y recuerdo a mi padre quien nos dejó una nota en la que nos instaba a “criar a nuestros hijos en la cultura y en la excelencia”. Como hizo él. Ese es mi compromiso. Me inspiro en su recuerdo y lo enriquezco con las aventuras de mi abuelo, para que aprendan a comerse el mundo.
En los últimos tiempos se están descubriendo para el aficionado de a pie grandes y numerosas pruebas ciclistas, este trabajo ha sido sin duda a vosotros, los profesionales de los medios. Tal descubrimiento trae consigo una mayor carga de trabajo durante prácticamente todo el año, tú lo has de saber mejor que nadie de primera mano. Pero yo, como simple espectador y admirador de tu buen hacer, desearía que, además de tu gran labor profesional , sacases tiempo para escribir libros. Tienes ese don de la comunicación escrita que describes en la persona de tu padre en este maravilloso artículo. Estoy seguro que sí te lanzas a escribir una novela sería algo fabuloso.
Metiendo codos, me encanta!!!
Que bonito Laura!!