En la etapa maratoniana de ayer en el Tour de Francia pensábamos que la gran noticia sería Mark Cavendish batiendo el récord de victorias en el gran tour francés, y así teníamos preparado un arranque espectacular del programa a la altura del logro alcanzado. Sin embargo, lo que pasó en la meta de Turín fue todavía más importante y escribe nuevos capítulos en la historia de dos países de escasa tradición ciclista como son Eritrea y Ecuador.
El que fuese ganador de la Gante Wevelgem y de una etapa del Giro de Italia, Biniam Girmay, ganó la etapa y se la dedicó a todos los africanos: “África, es nuestro momento”, dijo minutos después de traspasar la línea de meta victorioso. Después escribió en sus redes sociales de manera metafórica: “Permítanme abrir la puerta”. Se vistió de amarillo, Richard Carapaz, a quien ya hemos visto de rosa con su victoria en el Giro y de rojo los días que estuvo líder en la Vuelta. Como sabréis, en el mes de noviembre estuvimos grabando con Richard durante tres días en su Tulcán natal, en la que ha sido una de las experiencias más maravillosas de mi carrera. Lo insólito de Carapaz es que es un campeón en un deporte que en su país no existe. Sus éxitos están siendo el germen de un deporte y de toda una industria, sobre todo a raíz de su victoria en los Juegos Olímpicos de Tokio.
Cuando se está en Tulcán y haciendo el camino inverso desde Europa al que hizo él, se da una cuenta de lo inverosímil que es que tengamos a un Richard Carapaz escribiendo capítulos importantes del ciclismo mundial. ¿Cómo es posible que desde aquí haya llegado al Tour de Francia? Ese inmenso esfuerzo añadido que no necesitan los corredores europeos, esa infancia feliz pero con responsabilidades desde pequeños en la granja familiar e incluso el propio campo, les da un arrojo y una fortaleza que una vez a este lado del charco les permite soñar sin límites sobre esa base sólida de fuertes valores familiares, de trabajo, sacrificio, humildad y honor.
Los días que compartimos con Richard nos invitó a comer a su casa, con su mujer y sus hijos; fuimos parte de su núcleo de amistades, y fuimos a comer a casa de sus padres Antonio y Anita, con su hermana Cristina y sus hijas, con los que pasamos unas horas inolvidables. Se nos echó tanto el tiempo encima que Antonio, Richard, Cristina y las niñas tuvieron que ordeñar las vacas casi a oscuras. Siguen viviendo en el mismo lugar en el que se criaron sus hijos y el propio Richard vive sin grandes lujos; “el lujo”, dice, “es este campo”.
Observaba a sus sobrinas felices jugando con las vacas en un campo infinito y envidiaba esa infancia y vida sencilla para mis hijos. “No te equivoques”, me sacó de mi ensimismamiento Richard, “piensa que en unos años no contarán con las mismas oportunidades que las que tenéis allí”. Bien lo sabe él.
Ayer el Tour se convirtió en oportunidad y ocasión para esos países sin tradición ciclista; una oportunidad para crear afición, mercado y sobre todo, para subir a más personas a la bicicleta. Y es que estos corredores no compiten sólo con la presión propia y la del equipo, sino con la responsabilidad enorme de todo un país.