Es difícil no navegar en lo superficial en estos tiempos. De pronto una misma se descubre esquiva ante los problemas de la vida, el duelo, el sentir o la incertidumbre, a la deriva en un ritmo frenético, absurdo y excesivo. ¿Será que uno es esquivo o es que no hay tiempo para preocuparse? Una de las muchas cosas buenas de trabajar en el ciclismo es que con el final de temporada en el mes de octubre, uno tiene tiempo suficiente para ir bajando revoluciones de cara al año siguiente; de abrazar la calma y la reflexión.
¿Y si los niños y los ancianos tuviesen razón y todo el resto estuviésemos equivocados? Que lo que consideramos importante realmente no lo es. Que el caminar de una hormiga, las castañas en el suelo del parque en el otoño, los trabajos de asfaltado de una calle, los Madroños en flor, el vuelo de una mariposa o los músicos callejeros, son cosas que bien merecen la pena detenerse para apreciarlas. Unos descubren el mundo, y los otros, que lo han vivido todo, vuelven a apreciar lo que es corriente para el resto. Pasa que no es casualidad que sean los niños y las personas mayores los que interactúan al cruzarse por la calle. Unos aprendiendo a caminar, y los otros aminorando el paso para apreciarlos apoyados en sus bastones. Se miran, se ven. ¿En qué momento dejamos de hacerlo el resto?
Durante unos años he sido voluntaria de la ong Grandes Amigos, acompañando a personas mayores que vivían en situación de soledad. Recuerdo que en un momento cualquiera del encuentro se detenían para mirarme a los ojos con intensidad, con interés, sin decir nada más; como si intentaran descubrir mi vida entera, como si quisieran registrarme en su memoria, y entonces sentía que mi mirada quizás contaba cosas de mí misma que ni tan siquiera yo conocía. Poseían mi verdad; mi pura esencia.
Las conversaciones no tenían nada de cotidiano. Repasábamos nuestras vidas, nuestras familias. Y no había -ni hay- nada, nada, más preciado para ellos que la compañía. Y pienso en mis hijos, que se aferran fuerte a mi mano cada vez que me tengo que separar de ellos. Me veo a través de los ojos del mayor, de su mirada de profunda alegría y amor cuando le recojo del colegio, y vuelvo a ser yo la niña que corre a abrazar a mi madre. Es una sensación todavía tan patente de amor, cobijo, seguridad…felicidad.
Una suerte esta invasión de emociones en lo cotidiano. 2022 en este sentido ha sido un año muy especial. Ha estado cargado de reencuentros, de oportunidades, de emociones y de viejas experiencias que alejada de ellas durante unos años las he vivido de nuevo con los ojos de un niño que descubre el mundo. Esa capacidad la he vuelto a aprender gracias a mis hijos. Y así quiero seguir viviendo. Hace tiempo que no voy tirando de su mano para agilizar el ritmo; me detengo a su lado, observo y siento.
¡Feliz 2023 a todos!
Precioso Laura. Si, más nos valdría bajar el ritmo, poner un poco de pausa ser más conscientes del valor del momento. Bss