Escuché hace unas semanas en el podcast titulado “Gabinete de curiosidades” un episodio bajo el título “La última década lenta” y me prometí una reflexión escrita en torno a él. En el ciclismo en el que yo me inicié las cosas se cocinaban a fuego lento, con mimo y cierto romanticismo. Las conversaciones eran pausadas, diría que incluso con interés por ambas partes. Charlar con un deportista de élite, en mi caso, ciclista, es tremendamente enriquecedor. Son reflexiones profundas, desde un grado de conocimiento propio de cuerpo y psique difícil de encontrar en una conversación cotidiana. Una introspección resultado de un deporte basado en la agonía, en la soledad o en el sacrificio, que requiere una mirada íntima a los confines de uno mismo.
Más allá de las entrevistas siempre encontrábamos momento para charlar y conocernos mejor en la convivencia del día a día, lo mejor que ofrece este deporte para los que somos parte de él. Hoy en día, bien por las limitaciones de la pandemia y el devenir de los tiempos, esa convivencia es inexistente y esas conversaciones difíciles de mantener. Son pocas las oportunidades y hasta el propio ciclista no tiene la costumbre.
Que el ciclismo ha evolucionado es un hecho. Estamos en plena revolución tecnológica, con equipos muy potentes económicamente y mayor número de corredores millonarios que hace diez años. A mayor inversión, mayor competitividad, mayor negocio y mayor presión. Menor es el disfrute, en consecuencia. La clave de lo que dure esta generación no dependerá sólo de lo que aguanten las piernas, sino de lo que dicte la cabeza.
Hace tiempo que escucho sobre la ambición de rentabilizar cada euro invertido. Los equipos cada vez quieren más: dinero, desarrollo, victorias, talento y cuanto más joven mejor. Pasó la moda de los ciclistas colombianos, ahora el objetivo es tener al mejor corredor del panorama junior y el equipo más puntero. Ganar, ganar y ganar. Todo a un ritmo frenético. Sin tiempo para asimilar nada. Y cuando se logra la victoria, pensar en la siguiente. Como ejemplo, pienso en Remco Evenepoel, ganador de su primera gran Vuelta con 22 años o en Annemiek van Vleuten, que ha logrado en 2022 alzarse con la victoria en el Giro, en el Tour y en la Ceratitiz Challenge by la Vuelta. Me sorprendieron cuando sin haber pasado ni tan siquiera 24 horas de sus logros ya hablaban del siguiente objetivo en el Mundial de Wollongong. Son campeones y ambiciosos, pero también resultado de la sociedad capitalista contemporánea que nos empuja a querer siempre más, olvidándonos de disfrutar de lo que tenemos o del camino recorrido. Olvidándonos de vivir. Inconformistas por naturaleza.
No hay ni tan siquiera tiempo para rehacerse de los tropiezos o de las derrotas. Pensemos en el grave accidente de Egan Bernal en el mes de enero. No conocíamos la gravedad de sus lesiones cuando ya nos preguntábamos cuándo regresaría a la competición. Su admirable recuperación merecía una conversación reposada, para entender por lo que estaba pasando, para conocer sus altibajos y el camino recorrido. Por el contrario ha sido un encadenamiento de posts virales en las redes sociales sobre los pasos de la evolución del colombiano y un encuentro posterior con los seguidores organizado por el propio equipo. Todo tiene su rédito. No hay pausa ni reflexión. Por no hablar del periodismo que ocupa cada vez un espacio más reducido.
Pienso en Jonas Vingegaard, desaparecido tras su victoria en el Tour de Francia, seguramente abrumado y aún asimilando todo lo ocurrido. Recordemos la recepción del público en Copenhague unos días después de su triunfo en los Campos Elíseos. Y todavía hay voces que le critican o le apuran para que asuma esta situación y siga adelante. “Es parte del oficio de un gran campeón”. Tampoco hay tiempo para asimilar el éxito ni el fracaso. Ya lo citaba en un post anterior cuando Froome decía que la clave para recuperarse de una lesión era pensar en el siguiente objetivo. Es un modo de supervivencia pero ¿y qué pasará cuando ya no haya objetivos? Cuando el montón de polvo bajo la alfombra deje un bulto cada vez mayor, con el que sea imposible no tropezar.
Escuchad cuando podáis a un sabio, que en dos minutos de entrevista, no se deja llevar por el “vamos día a día”, “veremos qué tal están las piernas” y demás clichés ciclistas, como es Rigoberto Urán. El colombiano es capaz de profundizar incluso en la inmediatez de la entrevista previa a la etapa, y hablar entre otras cosas de salud mental. Tengo una conversación pendiente con él este final de temporada. Confío en encontrar esa tarde lenta, de charla tranquila y reflexión pausada. Porque una quiere vivir y disfrutar lento. Porque en esta última década he vivido mucho, saboreando cada segundo. He crecido despacio y he vivido presente. Me vienen los versos de Pablo Neruda: “Sucede que soy y que sigo / […] Se trata de que he vivido tanto / que quiero vivir otro tanto”. Y a pesar de los tiempos.
Nos sentábamos a conversar antes de la salida de una etapa y compartir las anécdotas de ese ciclismo que no tenía tantas mediciones si mucho latidos del corazón.
Una reflexión que se puede extrapolar a cualquier ámbito del universo humano actual, tanto interior como exterior. Enhorabuena por el aporte, muchas Gracias!