
Navegando en un antiguo disco duro en plena investigación para un proyecto, he dado con esta columna-especie de reliquia que en su día pedí al escritor Antonio Gómez Rufo. Además de su dilatada carrera como escritor, Antonio escribió junto a Luis García Berlanga, el guión de su película París-Tombuctú y de la serie Blasco Ibáñez, también dirigida por Berlanga. Le conocí mientras trabajaba en el documental sobre la película La Vaquilla, donde tuve la oportunidad de entrevistar a personas interesantísimas que pasaron por la vida de Berlanga, como al también escritor, poeta y dramaturgo, Antonio Gala, al que curiosamente mi padre había entrevistado treinta años atrás.
Gómez Rufo sabía que llevaba un tiempo trabajando en ciclismo y un día me habló de la misma pasión compartida de Luis García Berlanga. No quise desaprovechar la oportunidad de pedirle que plasmase todos esos recuerdos en papel. Aquí os los reproduzco con todo el cariño hacia Antonio y la admiración eterna por Berlanga.
En aquella última secuencia de París-Tombuctú la bicicleta queda abandonada en medio de una carretera. Y entonces, desde el contra-plano, como si surgiera desde el patio de butacas, aparece un hombre que ve la bicicleta abandonada, la mira y remira y, finalmente, se sube a ella y sigue su camino. Fue la manera de Berlanga de decir, de decirnos a todos, que él ya abandonaba la bicicleta (el trabajo, el cine, las películas…) y que a partir de entonces nos tocaba a nosotros…
BERLANGA Y EL CICLISMO
Antonio Gómez Rufo
Octubre, 2011.
“Son verdaderos titanes. Con lluvia, con frío, con calor… Son asombrosos, los deportistas más admirables”. Estas palabras las repetía Berlanga como una letanía cada vez que nos sentábamos delante del televisor para seguir una etapa del Giro, del Tour de Francia, de la Vuelta a España… Y ese ritual era diario. Por eso nos costaba tanto, al genial director de cine y a mí, terminar a tiempo el guión que estábamos escribiendo para su siguiente película. El ciclismo era una cita obligada; cada etapa, un paréntesis en el trabajo que nos interrumpía la elaboración de secuencias. Pero para ambos era un gozoso paréntesis.
No recuerdo a nadie con más pasión por el ciclismo, al menos en mi entorno de amigos. Él mismo lo practicó en su juventud, en Valencia, y tenía a gala confesar que siempre llegaba el último. Pero ¿acaso lo importante no es pedalear, sufrir, dar de sí cuanto se lleva dentro aunque no sea suficiente para ganar? El ciclismo es uno de los escasos deportes en los que, tratándose de un esfuerzo individual, no es posible el éxito sin un equipo que se vacíe con una desmedida generosidad para que los besos y las flores se los lleve un compañero.
Al menos es así en el ciclismo moderno. Otra cosa era lo que sucedía en la época de Bahamontes, cuando uno solo se bastaba para coronar puertos o cruzar la meta a fuerza de riñones y piernas. Pero hoy el ciclismo es una ciencia, una combinación matemática de estrategia y logística, y el equipo es fundamental: a Berlanga le habría gustado llegar el último con tal de que un compañero suyo fuera el líder. O, incluso, aunque no lo lograra.
Es el aspecto menos conocido, seguramente, de la personalidad del genial Berlanga. Como lo es su devoción por un ciclista de nombre Jalabert que yo nunca conocí, o no recuerdo, pero por un motivo u otro siempre era citado en aquellas sobremesas en las que el trabajo de guionistas quedaba aparcado hasta la llegada del pelotón a la meta. En voz baja lo comentaba: “Jalabert era célebre porque en una ascensión a…”, o “en aquella etapa Jalabert salió tan rápido que…”. Si algún día me sobra un rato, buscaré un libro donde se narren las hazañas de Jalabert, para ver qué había en él que tanto fascinaba a Berlanga.
Pero ¿acaso lo importante no es pedalear, sufrir, dar de sí cuanto se lleva dentro aunque no sea suficiente para ganar?
Cuando estábamos planificando el guión de la que iba a ser su última película, París-Tombuctú, decidimos que el viaje del protagonista (Michel Piccoli) entre ambas ciudades lo tendría que hacer en bicicleta, algo ilógico, si se piensa, con los medios de transporte de hoy en día. Pero era su homenaje al ciclismo. Al igual que decidimos que en la última secuencia fuera la bicicleta una metáfora de la vida, del trabajo que tenemos que realizar cada uno en nuestra profesión: el símbolo del medio que nos permite ganarnos la vida y con el que tenemos que acarrear como un instrumento tan imprescindible como el lápiz para el carpintero, el compás para el arquitecto, la bandeja para el camarero o el ingenio para el escritor.
En aquella última secuencia de París-Tombuctú la bicicleta queda abandonada en medio de una carretera. Y entonces, desde el contra-plano, como si surgiera desde el patio de butacas, aparece un hombre que ve la bicicleta abandonada, la mira y remira y, finalmente, se sube a ella y sigue su camino. Fue la manera de Berlanga de decir, de decirnos a todos, que él ya abandonaba la bicicleta (el trabajo, el cine, las películas…) y que a partir de entonces nos tocaba a nosotros, los que veíamos la película desde el patio de butacas, a todos nosotros, subir a la bicicleta y seguir dando pedales, seguir construyendo la vida, seguir trabajando. A sus ochenta años, ya había hecho todo cuanto había podido. Nos daba el relevo a los demás, nos entregaba lo mejor de él, su bicicleta.
Recuerdo otro debate que mantuvimos durante algunos días con motivo de la escritura del guión de la que iba a ser su última película. Durante los preparativos del guión, en lo que se llama “el tratamiento”, teníamos la intención de hacer un guiño a cada una de sus películas anteriores, a Bienvenido, mister Marshall, a El verdugo, a Plácido, a Calabuch, a La escopeta nacional, a La vaquilla, a Todos a la cárcel…, así hasta hacer alguna referencia cómplice a las diecisiete películas del mejor director de cine español del siglo XX. Fue un deseo que poco a poco fuimos descartando porque comprendimos que era un ejercicio de vanidad innecesario y, además, que en ningún caso podíamos permitirnos retrasar o interrumpir el desarrollo de la película por incluir, de manera forzada, esos “guiños”. Así es que, al final, quedaron muy pocas referencias a su cine anterior, aunque alguno hubo. Pero lo que fue imposible evitar fue introducir una secuencia sobre el ciclismo (ya se ha dicho que, junto al erotismo, los zapatos femeninos de tacón, la poesía y Pierre Moliner, era una de sus aficiones, de sus fascinaciones) y se construyó una secuencia en la que, como se recordará, se rinde homenaje a un ciclista (se supone que se trata de Bahamontes), encarnando en él a todos los ciclistas que tantas horas de placer nos habían proporcionado durante la elaboración de este guión y de los anteriores, Blasco Ibáñez, Todos a la cárcel…
Ahora, cada vez que me siento ante la televisión para ver ciclismo, recuerdo a Luis García Berlanga y me embarga una tristeza que sólo se disipa cuando pienso que ya no está Jalabert en el pelotón. Porque, en definitiva, ¿se llamaba Jalabert?, ¿se escribe así su nombre? ¿o aquel mítico Laurent Jalabert era también una metáfora de esos titanes que ignoran la nieve, la niebla, el sol abrasador y las ráfagas de viento racheado para seguir siendo los deportistas más admirables de todos?
Puede que hoy en día el ciclismo sea, como casi todo en la vida, algo más que un deporte, y que todo cuanto lo rodee esté en manos del mercado, la industria, el negocio y los intereses insanos. Pasa con tantos juegos y deportes que acaso el virus de la avaricia haya contagiado también al más hermoso de todos ellos. Pero de lo que no cabe duda es de que quienes lo practican son héroes, seres limpios y honestos que sólo utilizan su fuerza y su inteligencia para alcanzar la meta con que sueñan, sea llegar el primero o el último, sea triunfar o disfrutar, sea hacernos gozar con su esfuerzo o que, como diría Berlanga, que veamos en ellos, los pobres mortales, un punto de referencia intelectual que nos enseña que la perseverancia, el esfuerzo, el trabajo y mérito son cualidades que nos ascienden de la categoría de mediocres a la de personas respetables. Como lo son todos los ciclistas, cualquiera que sea su categoría y el resultado de la titánica entrega a su pasión.
Antonio Gómez Rufo
Escritor.
www.gomezrufo.com
Como siempre un artículo con un enfoque totalmente diferente al habitual, poniendo el énfasis en lo cotidiano y en lo más humano. Un placer leerte, gracias!!